domingo, 25 de junio de 2017

ABECEDARIO: H

HORTENSIA

Antonio Campillo Ruiz

Leonid Afremov

   Hortensia no esperaba que lloviese con tanta furia. Aquella mañana estaba preparada para que su amigo pudiese apreciar lo que sentía cuando paseaba por aquel inmenso robledal. La lluvia, fría, desapacible y bella, pintaba, a la acuarela, unos desdibujados retazos de paisajes atormentados. Ella, que se sentía tan feliz siendo anfitriona de sus recorridos por entre la Naturaleza, se encontraba muy contrariada. No podrían llegar hasta aquel pico que sobresalía con altivez sobre el resto de las montañas que rodeaban el pueblo. Se refugiaron en una zona densa de arbolado y, conocedora de la variabilidad de la atmósfera, esperaron ante la predicción, personal, de que pronto escamparía. Las hojas empezaron a empaparse y, saturadas de agua, cobijarse bajo ellas supuso recibir doble lluvia. Era preferible estar a la intemperie y por ello, corrieron como dos niños que habían cometido una travesura hasta una extraña construcción que poseía un alero donde resguardarse. Su amigo la inspeccionó intuyendo que estaba allí, en medio del bosque, con un fin, descubriendo que, en una de sus caras, existía una entrada baja que daba paso a un pequeño habitáculo en el que se podía estar de pie e incluso, en una pequeña mesa de ladrillos se podía hasta descansar sentado. La llamó y, no sin miedo, se agacho y entró en aquel sigular lugar. Una tela de araña del rincón izquierdo le rozó su desnudo brazo haciendo que chillase con terror. Explicó a su amigo que no soportaba los lugares cerrados y solitarios porque le parecían lugares de otro mundo. A pesar de todo, se mantuvo quieta y, al poco tiempo, continuaron su animada charla protegidos por aquel eficaz refugio.

Leonid Afremov

   Hortensia había pasado la noche inquieta. El anuncio de que su amigo llegaba aquel día y podrían continuar sus animadas charlas, interrumpidas por nada desde hacía un tiempo, la inducía a cometer pequeños errores en la manipulación y orden de sus papeles, sus informes y su casa. No sabía lo que sentía pero tenía la sensación de poder demostrar, en los ojos de su amigo, lo que tantas veces habían hablado sobre la belleza que rodeaba su aislada casa. Colores y olores conformarían una paleta impactante. Estaba segura. Sus múltiples pinturas y los retratos de ella, cincelados con delicados y potentes pinceles sobre telas ásperas, serían de su agrado.

 Leonid Afremov

   Hortensia tuvo conciencia de esta preocupación, que no debería ser tal, precisamente, durante su inquieto sueño. No entendía cual sería la causa. Lo esperaba con la ilusión de que hiciese realidad descripciones que, sin vivirlas, son difíciles de explicar. Nada es similar al olor de la tierra, la hojarasca, las plantas herbáceas, cuando la lluvia las empapaba. Pero, con el paso del tiempo, la luvia y la alegría, se retrasaba la inmensa retahíla de temas por tratar y que deseaba expresar, compartir precipitadamente, como los había soñado durante la noche. Su nervioso verbo no dejaba escapar ningún tema que, desde hacía tanto tiempo, era necesario para ella comunicar a su amigo. Sucedieron tantos hechos, queridos y despreciables, en tan minúsculo tiempo que se encontraba nerviosa y, a la vez, reticente a ser ella la que iniciase uno solo de ellos. Lo miró intensamente y en ese momento supo que una sombra, una leve cortina de sufrimiento había apagado sus ojos. Supo que sería poco afortunado hacerle cargar nuevamente con el peso de mil desencuentros. Supo que tendría que correr el tiempo para que volviese a poseer la alegría y agudeza parlanchina que lo caracterizaba. Supo que la lluvia debería lavar intensamente aquellos ojos verdes para infundirles nuevamente un rayo de vida. 
     
Leonid Afremov



3 comentarios:

  1. Insisto, amigo Antonio, no me canso de leerte

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    1. Insisto, Enrique, eres el Rey de la Bloguería... Tu amistad me engrandece. Un gran abrazo, querido amigo.

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  2. Sin duda, escribes excelente.
    Un abrazo

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