martes, 2 de enero de 2018

ABECEDARIO: L

LUISA

Antonio Campillo Ruiz

 Phoebe Anna Traquair

   Luisa abrazó a la anciana señora y un atisbo de su bondad interior fluyó a su cara. Se apreció un leve rubor cuando, con la naturalidad de los años, aquella le dijo que era muy buena moza y muy guapa. Nunca se había considerado bella aunque siempre sentía una especial tendencia a presentarse donde fuese con la dignidad, arreglo y buena presencia de ánimo para no pasar indiferente fuese cual fuese el momento y las personas con las que convivía o conocía. Los huesudos dedos de la señora la cogieron con la dulzura que podían y paseó con ella por la agradable alameda del camino que conducía a la casa, clavada en medio de aquel jardín mitad explotado para las necesidades gastronómicas, mitad para recreo y bienestar de los sentidos. Estaba allí porque creía que ya había transcurrido el tiempo suficiente para conocer a la familia de aquel muchacho al que amaba con la pasión incontrolada de sus veinte años.

 Phoebe Anna Traquair

   Luisa, siempre había tenido una potente tendencia a disfrutar de la Naturaleza, especialmente de los lugares arbolados en los que el sonido del aire componía con las hojas verdes, mecidas con fuerza, una sinfonía interpretada por miles de instrumentos que elevaban el alma y se paralizaba el pensamiento. Al rozar la corteza de un árbol, sus ramas, las puntas de sus dedos percibían las mínimas alteraciones, las cicatrices que animales o enfermedades propias de la especie poseían y orgullosamente persistían por siempre. Se disfrazaba con ellas y las incluía en su vida, en su ser. Siempre había creído que la vida de las plantas era tan intensa como la suya propia, que sus pensamientos, guardados no sabía dónde, permitían a las plantas dirigir su crecimiento siguiendo unas escondidas órdenes que conformaban su complejo y esbelto manto de follaje. Y, con ese escondido y desconocido lugar donde se encuentran los sentimientos de los árboles, de las plantas, hablaba frecuentemente. Les contaba, con machacona persistencia, su opinión acerca de una novela que había leído, de su corretear en la vida y, muy especialmente, les llevaba noticias de otros lugares que no podían apreciar porque no se movían del mínimo espacio en el que habían arraigado y crecido. Esto era muy doloroso para ella. Sus amigas nunca se movían y nunca apreciaban la belleza, los colores de otros espacios ni la sensación de velocidad, percepciones muy agradables y necesarias para ella. Se entristecía cuando pensaba o hablaba con aquellos árboles y plantas de cualquier especie, bellas, perfectas en sus espigadas semillas que se transforman en otras plantas y que ella apreciaba tanto que todos los días las visitaba.

 Phoebe Anna Traquair

   Luisa conoció un día que las hojas de papel de los libros estaban confeccionadas con la materia de los árboles y se entristeció mucho. A la vez, comprendió por qué le agradaba tanto el tacto de las hojas de papel y por qué sólo le gustaba leer libros confeccionados con él. Eran parte de los árboles, de las plantas, de los seres entre los que gustaba rozarse con la suavidad que lo hacen las gotas de agua del mar al zambullirte entre ellas. Cuando morían, su eterna vida posterior consistía en pasar a ser el soporte de la imaginación, de las palabras, de miles de millones de frases que, como las estrellas, llenaban un espacio negro y vacío convirtiéndolo en el maravilloso universo de la fantasía, la ilusión y los pensamientos personales que engendran el mundo de la creatividad, utópica o real pero siempre clarividente. Aquel día, la Naturaleza, aquella señora tan anciana y tan amorosa, los árboles de la alameda y su mente confluyeron en un maremágnum de sensaciones que la transportó hasta el inicio de su amor y la causa de sentirlo: su pasión por la vida, la imaginación y la aguda quimera del pensamiento. 

Antonio Campillo Ruiz

 Phoebe Anna Traquair

Es importante que se visualice el vídeo a plena pantalla.


4 comentarios:

  1. Que el año que empieza, este 2018, cumpla todos tus sueños.
    Un beso

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    1. ¡Te deseo, al igual que tú a mí, querida amiga Carmen, que este año 2018 sea para ti productivo, dichoso y feliz! Es un deseo cuasi innecesario puesto que mereces un bienestar acorde con tu interés y amor por tu tierra, amigos y personas en general que te admiramos. Un gran abrazo, querida Carmen.

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  2. A lo largo del relato he podido seguir los pasos de Luisa. Ensimismada,soñadora, mimetizándose con los árboles que la envuelven. Robles, olivos, pinos... Hasta he podido sentir su aroma y oír el suave murmullo del balanceo de sus ramas, mientras iba avanzando en mi mente, y quizás en mi deseo, un final que no se ha dado. Así que habiendo disfrutado de tu texto, permíteme que en mi imaginario sea otro su desenlace.
    Gracias siempre.

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    1. Pues me alegro de que haya sido tan rica tu lectura como para haber soñado y sentido otro final que es tuyo, sólo tuyo. Si su nacimiento ha tenido lugar en función de la lectura general, el hecho de crear otras partes del mismo texto implica una introducción tan personal que es muy importante que los lectores aprecien esta posibilidad que, para mí, es fundamental. Eres una fascinante inventora. Un gran abrazo, querida amiga Conchi.

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