lunes, 22 de enero de 2018

HELIOTROPOS

LA PENSADORA: UNA LUCHA DESGARRADA

Antonio Campillo Ruiz

James R. Eads

   Estaba convencida de su propia culpabilidad al no realizar aquello que había sido su frenesí durante mucho tiempo. Sin embargo, a lo largo de ese período, su dependencia de opiniones ajenas y la imposición por su naturaleza y desarrollo social, habían minado hasta la anulación total su capacidad de expresar aquella catarata de sentimientos y pasiones que la embargaban, deseando traspasar el portal, complejo y anhelante, de sus pensamientos. Cada mañana, al despertar, fluían de su fantasía miles de palabras veloces, frases e incluso historias que eran fruto de sueños recién nacidos al volver a ver la luz clara, destellante, de un sol que la alcanzaba en el lecho donde, en muchas ocasiones, había tenido que cerrar el paso a su imaginación y acatar, pudorosamente, su papel establecido, no siendo consciente del momento en el que se avino a su aceptada pasividad.

James R. Eads

   Dudaba de quien provocaba esta situación. No creía que fuese odio o maldad contra ella. ¿Por qué iba a ser una de ellas o ambas, la causa? Admitía que la situación de minusvaloración, unida a una incapacidad para superarla, podían ser motivos más probables de miradas y situaciones despectivas que la irritaban tanto como la entristecían. Nunca realizaba ni una sola de sus acciones sin tener en cuenta las posibles consecuencias para quien era su constante preocupación. Percibía la pertinaz vigilancia a la que era sometida disimuladamente sin dar importancia al hecho de ser punto de atención e incluso, sintiéndose altiva y satisfecha de ser foco de preocupación a la vez que humillada. Nunca analizaba este contrasentido que transformaba su tenue sonrisa en mueca, al percibir las fijas miradas sobre su cuerpo, tan frágil como potente ante su descarada lucha soterrada.

James R. Eads

   Sabía que perdería una batalla tras otra pero estaba convencida de poder ganar la guerra. Con pérdidas, con tantas pérdidas como Pirro y desafortunadas heridas que jamás curarían. No, no se podía dejar vencer ahora que, tras tantos años de paciencia y segura de un cambio drástico en el comportamiento de quienes se encontraban en su entorno, estaba empezando a encontrarse ajada, triste en exceso y, posiblemente, debilitada por el tiempo al que, de forma constante solicitaba una pequeña ayuda para poder llegar, sólo alcanzar alguno de sus objetivos en su corta y desgraciada vida.

James R. Eads

   A veces, cuando explicaba una mínima parte de lo que pensaba o sentía, se arrepentía al apreciar desde una mirada burlona hasta alguna de piedad. No soportaba la piedad. Podían no creerla pero burlarse de su capacidad para establecer diferencias importantes desde sus apreciaciones personales era motivo de su desprecio. Así, la frecuencia con la que sus relaciones disminuían y su encapsulamiento en sí misma le proporcionaba intranquilidad y un contrasentido que le infundía placer: satisfacción. La primera porque la entristecía y la segunda porque encontrarse sola con sus pensamientos e ilusiones era siempre provechoso para su paz interior a pesar de ser consciente de su posible componente autodestructivo. Este fue el inicio de una larga etapa en la que su ensimismamiento, su facilidad para pensar, con la mirada dirigida hacia un inmenso vahído que pertenecía a su mundo, sólo a su mundo personal, la hicieron merecedora de la atención y no el desprecio de quien, en principio, quiso acabar con su espíritu. Ahora, la atención en cualquier instante se dirigía hacia ella y, en las miradas se adivinaba la curiosidad por saber descifrar aquella luz de sus ojos, siempre lejana pero recta, fija, atenta y sabedora de mil y un acontecimientos presentes, pasados y futuros que suscitaban un desagradable cosquilleo entre los posibles descifradores de un misterio llamado miedo.

James R. Eads

   Ella no era consciente de este fenómeno pero el cambio que se produjo cuando los pensamientos inundaron, sin acceso a nada más, su mente y alma, le satisfizo tanto que ya nunca volvió a  encontrarse relegada o minusvalorada. Era ella la que infundía estas sensaciones, sin pretenderlo, en los demás. Eran creaciones de quienes, desde siempre, habían establecido un comportamiento que nunca supieron dominar ni valorar. Un dictado emocional que se tradujo en un arma que les fue hiriendo uno a uno hasta que, por fin, cumpliéndose la predicción que siempre estuvo presente en su inmensa voluntad, obtuvo la victoria por la vida y el bienestar.

James R. Eads

Antonio Campillo Ruiz

Es aconsejable visionar el vídeo a plena pantalla.


4 comentarios:

  1. Mi nueva faceta de rompedor de pavimentos con mi occipital no me priva de intentar llegar hasta aquí, querido amigo. Olé TH, (entiéndase ... con un par)
    Un abrazo, amigo y, ah, el vídeo, cosa ya ahabitual, me lo llevo

    ResponderEliminar
  2. Hola, Antonio,
    De principio a fin me dejaste enganchada a este relato. Me ha parecido fascinante como abordas un asunto que parece muy actual, pero siempre ha existido. Solo ha cambiado la magnitud en que se propaga y, en la mayoría de las ocasiones, al amparo del anonimato.
    Cuánto daño puede hacerse a una persona cuando la creen diferente.
    El vídeo me ha parecido precioso.
    Un abrazo y feliz semana.

    ResponderEliminar
  3. Los cuatro primeros segmentos de tu escrito,
    responden a características que encuentro
    presentes en muchos d e mis pacientes.
    La terapia ayuda mucho en estos casos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. (Y se ahorra tiempo y sufrimiento inútil)

    ResponderEliminar